viernes, 28 de noviembre de 2008

El despertar

Cerró los ojos.

De repente el dolor cesó. Todo quedó en silencio. El suelo ya no estaba frío. Solo... solo existía, solo estaba. No percibía ningún aroma. Ni siquiera la brisa. Se preguntó si ésto era estar muerto. Y de verdad, estaba muerto.
¿Estaría en el infierno? No cabía duda. Ser un Mortífago te daba un pase directo. Entonces, por qué había dejado de sufrir.
Se dio cuenta de que tenía que existir físicamente, de alguna manera. Definitivamente sentía el suelo bajo su cuerpo, aunque la herida de Nagginni ya no le punzaba. Al abrirlos descubrió que tenía ojos.
Todo era extraño. Parecía niebla. Pero no era cualquier clase de niebla. Era de un blanco brillante, y parecía que aun no hubiera topado con ningún objeto. Paredes, techo, muebles, rocas... nada.
Se encontraba desnudo enmedio de ese resplandor blanco. Tan pronto lo deseo, encontró una toga negra que antes no había estado ahí. Se la puso; era de su exacto talle.
-¿Qué es esto?, -dijo para sí. Una de esas preguntas que tú mismo te respondes, o que solo lanzas al aire sin esperar una respuesta. De hecho, ni siquiera estaba seguro de haberlo dicho en voz alta. Pero contra todo lo posible, alguien le respondió.
-Bienvenido, Severus. Sabía que llegarías aquí,- dijo la anciana voz. Una voz que a pesar de ser vieja, era electrizante. Una voz que recordaba muy bien. La última vez que había escuchado esa voz viva, le había suplicado... que la matara.
Albus Dumbledore.
El Príncipe estaba atónito. Caminó lentamente hacia la figura de excéntrica apariencia, hasta llegar a solo unos metros de él.
-Dumbledore..., -dijo en poco más que un susurro. -¿Cómo puede ser...?
El poderoso anciano le sonrió. Snape supo la respuesta tan pronto formuló la pregunta, pero no podía creerlo. Él y el viejo director se quedaron por un tiempo inmedible mirándose uno al otro, Dumbledore con una sonrisa apacible y el Mortífago completamente confundido.
-No es... posible,- dijo por fin el Mestizo.
Albus Dumbledore irguió la cabeza, levanto una ceja, y acto seguido volvió a colocar su penetrante mirada enmarcada por gafas de media luna justo a la altura de los espejos negros del Príncipe.
-Severus, te arrepentiste. Soportaste un dolor que muchos no somos capaces siquiera de imaginar. Cumpliste penitencia, pagaste voluntariamente en vida por los crímenes cometidos, todo ello con indescriptible valor, y poniéndo tu propia vida en riesgo. Eso restauró tu alma. Te permitió llegar aquí.
Severus Snape sintió como el calor de las palabras de Dumbledore le recorría el cuerpo. De repente dejó de ser el Príncipe Mestizo. Las comisuras de los labios se curvaron hacia arriba. Volvía a sonreír.
Dumbledore, en cambio, era otra historia. Snape lo miró inquisitivamente.
-Harry, -fue lo único que escapó a los labios del director. Por vez primera, parecía cansado.
Severus lo sintió también. Todavía estaba el asunto del muchacho y la batalla que tenía que librarse.
-Le dí lo que necesitaba saber, -susurró Severus. -Todo lo que me dijiste sobre su destino, y también...
Se paró en seco.
-Y también lo de tu amor por su madre, Lily, -dijo asintiendo Dumbledore. Severus volvió el rostro. Sintió cómo su corazón se achicaba al recordar que su gran amor estaba muerta, como su esposo, como el hombre que tenía frente a él, como...
... Como él mismo.
Se volvió de frente a Dumbledore una vez más. El anciano profesor irradiaba seguridad y... algo más... ¿afecto por el hombre de negra toga frente a él? Muy despacio y como si estuviera perfectamente conciente de cada uno de sus movimientos, el anciano le tendió la mano, y Severus la tomó. Caminaron en silencio, sin que pareciera que llegaran a ningun lado.
Hasta que...
-Ella te ha estado esperando, Severus. Y debo decirte que deseaba que fuera más tarde que temprano.
La figura pelirroja avanzó lentamente hacia Severus, mientras este permanecía clavado en el suelo insustancial.

lunes, 10 de noviembre de 2008

La muerte del Príncipe Mestizo


El Príncipe Mestizo sentía sus fuerzas diezmarse.


Ya no tenía nada que dar; sus memorias estaban ahora en manos de ese chiquillo que tanto se parecía a su arrogante enemigo de toda la vida. Harry lo creyó muerto y se alejó de él lentamente. Lo último que Severus vio en su vida fueron los verdes ojos de Harry... Eran iguales a los de su madre.


Oscuridad.


Pero no el final. El Príncipe seguía sufriendo, tan poderoso era el veneno de la serpiente. Un pensamiento doloroso lo asaltó al pensar en la mujer a quien tanto había amado. Había muerto para salvar a su... hijo. Le dolía no poder pensar nuestro hijo. Y pensar que todo eso estuvo al alcance de su mano, de no ser por su completa estupidez y por una palabra: sangresucia.


Lily Evans... su gran amor, había muerto. Por proteger a ese chiquillo, arrogante como su padre. Y él, Severus Snape, había jurado a Dumbledore ayudarlo a protegerlo. Ahora, Dumbledore también estaba muerto. Y Severus estaba seguro de que pronto él también lo estaría. Y el peligro aun no había cedido; al contrario, era más poderoso que nunca. Ahora, todo dependía de ese eclenque muchacho y sus compinches.


Imaginó el rostro de Harry. ¿Cuántas veces no había visto a ese mocoso en las tres clases que le dio? Pociones, Oclumancia, y Defensa Contra Las Artes Oscuras; en todas menos tal vez en la última, el mocoso era un perfecto inútil. Y aun así, jamás se había percatado de lo mucho que se parecía a ella...


Que extraño. El rostro de Harry estaba cambiando... hasta dejar de ser el de un chico de despeinado pelo negro, hasta que las gafas desaparecieron. Sus facciones se suavizaban cada vez más. Sus labios, mucho más carnosos, se curvaban en una dulce sonrisa. Y sobre su frente caía una cascada de largo y sedoso pelo rojo...


Y la blanca luz lo cegó por fin.


-Aguanta, Sev. Tranquilo, -dijo alguien. Severus contuvo el aliento (o por lo menos sintió que así era). Esa voz... esa hermosa voz. La que no podría volver a oír... Imposible.